La entonación discreta, constante y maravillosamente sostenida sin mayor esfuerzo a lo largo de casi ochocientas páginas; el trazo sencillo, preciso y de una exuberancia perfectamente sujetada por las líneas de contención de una exposición y un ritmo absolutamente naturales; la adjetivación precisa dosificada con generosidad; el dibujo complejo de la vida social, el gozo y el tedio de la existencia y los colores del mar del Ampurdán destilados en párrafos hipnóticos de una cualidad estética, legibilidad y amenidad irreprochables… algo así. Además de una vibración inolvidable en la que cabría todo eso, hay un no sé qué de volátil e indescriptible en El quadern gris de Josep Pla.
En mi biblioteca de adolescente figuraba Pla como mero convidado de piedra. Tenía por entonces lecturas más perentorias y un abanico de intereses y curiosidades que caían lejos de las líneas de demarcación de su figura y su obra. Lo tenía delante, pero tardé muchos años en dar con Josep Pla.
No creo que mi caso sea especial. Yo diría que a Pla se accede de adulto.
En 1997 se celebraba el Año Pla y Destino publicó una caja con cinco de sus títulos más representativos. Uno de ellos era El quadern gris. Por entonces yo alimentaba mi humilde biblioteca con el trueque de libros por libros, muy ventajoso para mí. Había trabado amistad con un empleado de la desaparecida Librería Francesa del Paseo de Gracia, quien, bajo mano, me permitía hacer un provechoso apaño. Yo le llevaba un libro de la editorial Plaza & Janés por un importe equivalente al del ejemplar de otra editorial que me interesaba. Un libro salía y otro entraba, el activo del negocio no sufría variación ninguna y todos contentos. Como digo, era muy provechoso para mí; trabajar en una editorial me ha permitido siempre el acceso a un flujo de libros permanente. Recuerdo que cambié la caja Pla por un lote de cinco libros de la colección Ave Fénix Serie Mayor, que por aquellos días era la colección de tiros largos de Plaza & Janés. Aunque era aun chollo que me habría permitido hacerme con una buena biblioteca sin mayor desembolso, lo cierto es que mis escrúpulos morales se me echaron encima. Al poco tiempo de incurrir en tales abusos los abandoné.
Fue entonces cuando leí El quadern gris y caí de inmediato en las redes de Pla. “Arribar a una banalitat profunda pot ésser, al meu entendre, un autèntic propòsit literari”. (Llegar a una banalidad profunda puede ser, a mi entender, un auténtico propósito literario).
La maestría de Pla en el difícil arte del esbozo rápido y económico del animal humano se fija en el mismo antílope dos o tres veces a lo largo del libro. “Veig Adela, la petita nena del far, de lluny. Quina cosa misteriosa té aquesta criatura! Es plena i forta, enjogassada, deliciosa, s’escapoleix de les mans como un ocell calent i escorredís. La malícia que té —una malícia de tretze anys— em produeix una fascinació estranya” (Veo a Adela, la pequeña niña del faro, de lejos ¡Qué cosa misteriosa tiene esta criatura! Es llena y fuerte, enjugascada, deliciosa, se escabulle de las manos como un pájaro caliente y escurridizo. La malicia que tiene —una malicia de trece años— me produce una fascinación extraña).
Lírico y conciso, ligero y absolutamente descomunal por su dispendio, como quien no quiere la cosa, de belleza contenida y técnica disimulada, El quadern gris se me ha quedado prendido como obra de sensibilidad y amplitud perdurables.
†