—¿Cómo es que este año vuelves a Arts Libris?
Tal que así, con esa pregunta a bocajarro, que sin llegar a ser impertinente tiene ese tonillo, me saludó hace apenas unos días un colega que ya conocía la lista de participantes. «Porque se hace en el MACBA, no en el corral de estos últimos años en los que, como sabes, no participé por razones obvias». Esa fue más o menos mi respuesta.
Aunque dijo que iba con algo de prisa, propuso que nos tomáramos una caña allí mismo. Efectivamente: fue una sola caña, pero de conversación substanciosa sobre el mundillo de Arts Libris, precedentes y aledaños. Los diez o doce minutos de cierre corrieron de mi parte en forma de monólogo fluido. No era la primera vez que lo entonaba de corrido y debió de salirme bastante convincente, lo digo porque cuando ya nos despedíamos me sugirió que lo subiera al blog («tú que tienes») tal cual se lo había soltado, sin elaboración.
En un primer momento me pareció que no era buena idea. Después me fui aflojando y finalmente yo mismo me empujé. Y una de estas mañanas destempladas que hemos tenido, me puse a teclear.
Va a ser una opinión algo extensa —y elaborada, claro—, el desarrollo de un punto de vista personal en unos cuantos folios. Por echar sin más dilación los cimientos del asunto, creo que vale la pena me extienda acerca de la evolución de la escena editorial marginal local, la de Barcelona, donde nuestro humilde sello editorial De La Pulcra Ceniza viene operando desde 1995. Vaya por delante que todo es opinión y que uno va a esbozar con brocha gorda. El dibujo pormenorizado y el censo completo del personal que dio vida a esa escena ya lo han hecho otros, con detalle y esmero, en publicaciones muy completas y ejemplares en su género.
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Yo diría que la deriva que ha tenido la escena editorial marginal queda retratada en el título de la novela de Becket Rumbo a peor. Y lo peor que le ha podido pasar es que por el camino se haya dejado sus prendas características: la novedad, la escasez, la improvisación, la rareza y la doble satisfacción de trabajar para la minoría y ser parte de ella. La marginalidad, en definitiva. Tras una larga travesía en la que, como digo, el timón se ha mantenido rumbo a peor, de paraje idílico en el que unos cuantos sellos editoriales indigentes habían levantado sus chamizos hemos pasado a vecindario atestado y sin suelo disponible, donde se edifica a tutiplén en medio de un guirigay de sellos y más sellos editoriales, de edición de artista, de fotolibro, de autoedición y de esto y lo otro.
La edición marginal se ha hecho gregaria. Ya no es cool. Ha hipertrofiado de manera espantosa y provocado saturación y ruido visual hasta el punto de que ya no se distingue nada. La cantidad de partículas editoriales que hay en suspensión lo enturbia todo. El crepúsculo de la atención y demás lacras perniciosas que ha extendido el asedio indiscriminado y abusivo de la información también las genera esa rama de la edición. Ya no cabe hablar de «la edición otra» o de «editar distinto». Son locuciones del pasado. De cuando había anchura y aún no se conocían las aglomeraciones de editores. Esa Arcadia existió, y no hace tanto.
Hablando de todo eso con Vicenç Altaió en Arts Libris, me comentaba que cuando a principios de la década de los setenta fundó Tarotdequinze, no eran ni cuatro gatos. Puede que ni dos. Estaba prácticamente solo. Edicions 1068, Ampit, Clot, Druïda, Fenici, Tecstual y demás sellos legendarios de la segunda época de los pioneros llegaron a continuación. Esa Arcadia idílica y semi deshabitada existió. Sin polución, agobios o problemas de visibilidad. Una verdadera delicia.
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La creación de pequeños, pequeñísimos y aun ínfimos sellos editoriales de carácter marginal, que había ido cobrando vivacidad a lo largo de la década de los ochenta (Agra editor, Fundación Juan Tabique, CAPS.A., El Naufraguito, entre otros), tomó brío a principios de la década de los noventa como consecuencia directa, diría yo, de un hecho concreto al que me referiré más adelante; brío que se haría aceleración temeraria, a partir de 2010, como consecuencia directa o daños colaterales —la locución es indistinta— de otro hecho concreto que también referiré más adelante. A partir de ahí, la proliferación de ese tipo de publicaciones ha crecido año tras año de manera exponencial hasta derivar en plaga que va camino de hacerse endémica. Algunos de los problemas que genera esa situación los he indicado más arriba. Pero hay más.
Que por los flecos de la escena cultural se extienda un amplísimo abanico de sellos y sellitos que publican raro para una minoría es una noticia venturosa y digna de encomio para todos, a qué negarlo, pero muy especialmente para políticos, gestores culturales, curadores, especuladores de la cosa y demás pandilla dedicados a cuantificar y fardar cuando los números cumplen de sobra. No obstante, el panorama presenta para mí muchas más sombras que destellos, porque es a todas luces evidente que lo que ha crecido imparable en esta última década ha sido la oferta. Lo que ha ocurrido con la demanda es otro cantar.
Tras década y media de glorioso repunte, el parámetro de crecimiento de la oferta editorial marginal no ha dejado de elevarse de manera exponencial, de separarse progresivamente de la demanda. Ese crecimiento desigual ha roto el mercado y lo ha atomizado. Dicho a las claras: hay más pastel a repartir, pero tocamos a bastante menos por cabeza porque somos muchísimos más.
En cualquier sector económico serio asentado sobre presupuestos de economía real, una situación como la que he descrito es insoportable a medio plazo y suele tener consecuencias drásticas, que pueden ir desde la desaparición de empresas por oscilación de la demanda hasta la reconversión abrupta de todo el sector cuando vienen ya muy mal dadas y los cambios son de gran calado. Esos dramáticos vuelcos ocurren en el mundo de la economía real, pero no en el ámbito de la creación artística, donde la vocación (la correosa e indestructible vocación) impera muy por encima de la economía y extiende su señorío desentendida por completo de la cuenta de resultados.
El sector de la edición, marginal, objetual, fanzinal, fotolibresca y de artista menor es una rama del arte que funciona en modo economía irreal o suigéneris. Buena parte de sus agentes son artistas sueltos y por libre o colectivos de artistas que gestionan sus propios sellos editoriales, o sea individuos de vocación muy marcada capaces de aguantar y tirar millas con su proyecto aunque les depare pocas alegrías dinerarias. O ninguna. Entre que los embarga la fe en el arte, en su vocación y que viven de otra cosa, es gente que aguanta. Por eso el sector no se ha venido abajo aún. Ni se vendrá. La reforma llegará de manera paulatina cuando la edición de artista deje de estar de moda y se desinfle la burbuja. Solo entonces habrá cierta relación armónica entre volumen de lo que se oferta y la capacidad de la demanda para digerirlo. Todo esto es un decir, claro. Las cosas no pintan así ni por asomo.
Hay indicadores de sobra fiables que vendrían a corroborar lo que sostengo. Mientras que la creación de sellos y microsellos editoriales aquí en Barcelona era de auténtico furor, cerraban La Rara y Múltiplos, las dos únicas firmas que distribuían ese tipo de ediciones. Nina Meinke lo venía avisando y finalmente cerró también Círculo del Arte, que funcionaba a otra altura y tenía mucho abolengo, pero era del gremio. Hablando un día con Anna Pahissa en el local de Múltiplos, vino a reconocer que lo dejaba porque no había negocio suficiente. Al parecer, las ediciones cuyo precio se quedaba por debajo de los 20-25 euros todavía tenían algo de salida, pero a medida que la cifra despegaba por encima de ese umbral, la venta se frenaba hasta quedar prácticamente clavada. Nuestras publicaciones, de hecho, no las llegó a distribuir porque le parecieron caras respecto al promedio de lo que solía vender (excepto alguno que ya costaba 40, un ejemplar de Libros De La Micronesia se vendía entonces a 35 €). Se quedó en depósito un ejemplar de cada, por si acaso, pero no vendió ninguno.
Algo descuadra y no acaba de casar cuando por todos lados hay una avalancha de proyectos editoriales peculiares y un verdadero sarpullido de premios, ferias y saraos (Libros Mutantes, Arts Libris, BALA, Graf, Como Pedro por su casa, entre otras muchas), y al mismo tiempo cierran las distribuidoras de ese tipo de ediciones. El asunto tiene mucho de paradójico y chocante a la manera en que lo enunciaba el Dr. Suzuki: «si no es paradójico, no es verdad».
Como quiera que el mundo es el de siempre (digitalizado y todo lo que se quiera, pero el de siempre), de todo lo anterior cabe colegir que una cosa es la efervescencia entusiasta de los artistas, dionisíaca, ebria y excesiva, y otra muy distinta la frialdad apolínea y cruda de la vida material, que funciona casi siempre bajo la divisa de «malos tiempos para la lírica». Nosotros hemos estado siempre del lado de Dionisos, por supuesto, pero sin dejar de vigilar por el rabillo del ojo lo que hace Apolo, no sea que.
Aunque su actividad editorial nada tuvo que ver con el tipo de publicaciones de que hablamos aquí, recuerdo que el mítico editor Herralde dice en su Opiniones mohicanas que el editor ha de ser bifocal: con un ojo ha de atender los asuntos literarios y con el otro los estrictamente económicos. Quizá la exitosa pervivencia de Anagrama se deba a esa habilidad ocular tan poco común. Quién sabe. Cosa bien distinta, que quizás explicaría porqué Seix Barral se fue al garete, es lo que según Mario Muchnik cuenta en Oficio editor le aconsejó Carlos Barral: que su actividad editorial no estuviera supeditada a la cuenta de resultados, so pena de acabar como editor alicorto de vuelo bajo y maneras gallináceas.
(CONTINÚA EN LA SIGUIENTE ENTRADA)