Tenemos la suerte de contar con muchos diseñadores gráficos entre nuestros amigos, bastantes de ellos son también suscriptores de Libros De La Micronesia. Con algunos la amistad viene de lejos y a otros nos los hemos ido encontrando en los recodos del camino. Son profesionales de valía contrastada que se ganan la vida con su actividad, gente a la que respetamos pero con la que hemos venido sosteniendo largas discrepancias que, afortunadamente, suelen solventarse sin animadversión ni acritud. El color, forma, vivacidad y talante de esos debates ha sido muy diverso y ha evolucionado con los mismos achaques con que lo ha hecho la amistad, pero su fondo se ha mantenido prácticamente inalterable a lo largo del tiempo.
Para llegar adonde vamos hay que partir de hechos ineludibles y reconocer que entre el numeroso gentío que ha colaborado con De La Pulcra Ceniza apenas hay diseñadores gráficos. Los contados que han trabajado para nosotros lo han hecho en alguna parcela específica y acotada del número de turno de Libros De La Micronesia. De manera que ningún profesional de esa disciplina ha dejado su impronta o sello específico en el aspecto de la colección ni en el de ninguno de sus números en particular.
Para bien o para mal, la imagen de la colección en su conjunto y de prácticamente todos los pormenores de cada uno de los nueve números de que actualmente consta han corrido de nuestra cuenta. Si bien la solvencia, calidad y eficacia probada del diseño profesional están a todas luces ausentes en nuestra colección, no es menos cierto que esa actitud deliberada de rechazo nos ha mantenido lejos de sus lugares comunes y sus tics inevitables. Aun así es evidente que no nos hemos librado de esas lacras u otras peores, pero nos reconforta pensar que se trata de errores que al menos son inequívocamente nuestros.
La vieja línea de discusión y fricción que mantenemos con los diseñadores es nítida y sigue un dibujo muy preciso. Muy en contra del parecer de la mayoría de ellos, hemos venido sosteniendo que cuando se quiere hacer algo peculiar e inequívocamente de uno, el ideario del diseño al uso, sus planteamientos y hasta su mera presencia hay que dosificarlos al máximo o incluso no aplicarlos en absoluto. El ideal de esa defensa numantina contra los envites del diseño es prescindir de sus profesionales, por amigos que sean.
Puesto que el antidiseño, el diseño distraído y el diseño al que se la trae al pairo el diseño son a estas alturas escuelas y tendencias reconocidas y ya entronizadas, cabe por tanto admitir que la profesión ha concedido a la entropía, al principio de incertidumbre y a quienes van a la contra carta de naturaleza en el seno de su actividad. Si la discrepancia está admitida ¿Por qué sigue abierta entre mis amigos diseñadores y yo una vieja discusión que parece no tener fin? ¿Por qué no cicatriza?
Esa vértebra en carne viva que siempre se acaba resintiendo, cuyo roce en la conversación reabre de inmediato las viejas disputas, no es otra que nuestra convicción y férrea defensa de que el diseño gráfico, como asunto meramente subalterno que en definitiva es, se ha de contener y a ser posible disimular hasta lo invisible con tal de que no acapare ningún tipo de protagonismo, que siempre será a expensas del producto al que debe servir.
Suele decirse que el hombre mejor vestido es el que pasa absolutamente desapercibido. Nosotros entendemos que otro tanto pasa con el diseño gráfico, que cuando es genuino no sabe a nada, no tiene aspecto de nada en particular y apela únicamente a la discreción y a las soluciones plásticas archisabidas, esas que de tan memorizadas son ya invisibles.
La etiqueta de una botella de buen vino y la carátula de una publicación pasable han de ser discretísimas, casi anodinas. Y cuando cobran protagonismo es porque el diseño se ha extralimitado y se ha apropiado de un papel que no le corresponde.
El pinchazo de dolor agudo en esa vértebra tocada se dispara cuando apostillamos y dejamos caer que acaso todo eso ocurra porque el diseño gráfico ha dejado de ser un género menor o una artesanía cultivada por grafistas, y han pasado a ocuparse de esa noble, apacible y exquisita manualidad gentes espoleadas por un excesivo afán de notoriedad, que no nace de ellos ni les es propio —son, como hemos dicho, buena gente— sino que se debe simplemente a que se han puesto demasiadas expectativas en esa actividad y las ha excitado un ente que no es precisamente trigo limpio: el mercado.
A estas alturas la conversación suele entrar en una nueva fase. Es entonces cuando de manera recurrente se nos lanza un reproche que impacta de lleno en nuestra línea de flotación. Se argumenta —probablemente con razón— que nuestra defensa a ultranza de esa posición no deja de ser una pose, y que nuestro diseño autista es el que es porque el tamaño, talante de nuestro proyecto y marginalidad a ultranza que profesamos lo requieren así. Tocados. Y que si tuviésemos que colocar nuestras ediciones a espabilarse por sí solas en las mesas de las librerías, tendríamos seguramente una visión muy diferente de qué se le exige hoy al diseño gráfico. Hundidos.
De todo eso se habla, más o menos en ese orden y con palabras parecidas, en nuestras sobremesas desde hace mucho, que concluyen, como decíamos al comienzo, sin animadversión ni acritud.
Mostramos a continuación una cuidada selección de carátulas de Libros De La Micronesia por las que hemos sido vivamente reprendidos por las gentes del diseño. Por alguna de ellas incluso se nos ha leído muy severamente la cartilla.
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