Una vez más —y ya van trece— hemos participado en Arts Libris, evento que este año ha celebrado su edición número quince. La feria se ha hecho adolescente y ha culminado su aniversario de “la niña bonita”. Quince años ya. No está mal, pero tampoco es para tanto. “Que veinte años no es nada…” canta Gardel en un tango famoso. Y si veinte no son nada, quince son menos todavía. Prácticamente na de na.
La primera época de Arts Libris, la buena, se cerró cuando salió de Santa Mónica. El trienio en que se acogió a los bajos del Mercat de St. Antoni es una etapa de confusión y penitencia que no puede ser considerada ni época ni ciclo. Por tanto, yo diría que su entrada en la adolescencia podría ser el inicio de la segunda época de Arts Libris. Está por ver.
Es muy probable que con El Naufraguito, Tinta Invisible y alguno más que ahora se me escapa, De La Pulcra Ceniza sea uno de los sellos editoriales que ha participado en más ediciones. Concurrimos durante doce años seguidos (2010-2021) y faltamos los dos últimos porque, como indiqué en otra entrada de este blog, la feria dejó de su ubicación tradicional y se movió a un lugar que, a nuestro juicio, no reunía condiciones.
Como Arts Libris ha dejado de acampar a la intemperie y se ha puesto de nuevo a cubierto, hemos vuelto. Así de sencillo.
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Lo cierto es que Arts Libris no solo se ha puesto a cubierto, sino que de nuevo se ha acogido a sagrado. Me explico. En su día, la feria salió del recinto sagrado del convento de Santa Mónica para irse a los bajos del mercado de Sant Antoni y secularizarse. Fue un movimiento contra natura y blasfematorio con el que no solo salieron de recinto sagrado, sino que, para más inri, se acogieron al amparo del suelo impío por antonomasia: el del mercado.
Como nos recuerda la tradición católica, el convento y el mercado se repelen mutuamente, razón por la que nuestro Señor la emprendió a tortazos con los mercaderes que habían instalado sus tenderetes en los porches del templo. Con la de explanadas y descampados que había en Jerusalén, y tenían que plantar sus mercaderías en los mismísimos soportales de la casa de Dios. Es preciso señalar que el Señor los hubiese podido echar de allí empujándolos con la fuerza de la mente o amonestándolos con la mirada y sin mayor alboroto. No obstante, y quizá para demostrar que el hijo de Dios vindica por igual la mansedumbre y el mamporro, optó por tirarles los tenderetes y dar Él solo un buen forro de hostias a toda aquella congregación de tenderos.
Como venimos diciendo, tras ese interludio de tres años ubicada en suelo profano, Arts Libris se ha acogido nuevamente a sagrado, pero lo ha hecho en un marco distinto. En esta ocasión (ya veremos si acaba siendo su ubicación permanente), la feria se ha celebrado en el Convento de los Ángeles y a la sombra del Macba, ese museo aparatoso y pudiente que cae por el centro. Ese convento es tan suelo sagrado como el de Santa Mónica, pero presenta una distribución bien diferente, aspecto que sin duda ha repercutido —yo diría que de forma negativa— en la presentación y articulación de la feria, que por imperativos arquitectónicos se ha dividido en tres ámbitos bien diferenciados, cosa que hasta ahora nunca había ocurrido.
Tengo para mí que las ediciones legendarias de Arts Libris son del pasado, las de su primera época, de cuando la feria irrumpió de manera sorpresiva, hizo visible el mundillo de la “edición otra” de la ciudad y se consolidó como evento novedoso ligado a la celebración de Sant Jordi. Esas ediciones se celebraron todas en el claustro del convento de Santa Mónica, espacio unitario y sin divisiones en el que la feria se acomodaba como un todo orgánico. Como es obvio, había una zona bien, otra zona residencial y luego estaba el perímetro de la periferia, donde se ubicaban los estands más humildes. Pero todos respirábamos lo mismo porque todo era cercano, abierto y comunicado. Deambulando por los pasillos, el visitante se internaba en un complejo mosaico de estands distribuidos sin lindes ni demarcaciones de casta. En un par de pasos se transitaba de la noche al día, del fanzine popular a la edición exquisita. Esa comunión se ha acabado. A tenor de cómo se ha hecho este año, el Arts Libris que se perfila será jerárquico y clasista porque el marco arquitectónico, dividido en tres ámbitos bien diferenciados, se presta a la perfección para ese tipo de distingos.
Y aquí es donde yo introduzco la figura de Dante Alighieri y su Divina Comedia. Y si digo que esta edición de Arts Libris ha sido dantesca es porque los tres ámbitos por los que discurría el evento encajan a la perfección con el Infierno, el Purgatorio y el Paraíso, los tres niveles en que distribuye Dante su magna obra.
Antes de seguir, es necesario hacer un receso con justificación y declaración de intenciones. No soy especialista en la obra de Dante ni en la de nadie, ni lo pretendo. Este breve texto no tiene hechuras de ponencia o de tesis académica, formatos que sí exigirían ese grado de destreza. Es tan solo una redacción ligera hecha sin intención erudita (ni ánimo de lucro) y en la que he utilizado, como contraste, referencias más o menos conocidas, lugares comunes —y no tanto— e incluso algún tópico atribuido a la obra de Dante.
Me precio de tener hasta cuatro ediciones diferentes de la Divina Comedia en mi humilde biblioteca: Plaza & Janés, 1961; Edicions 62, 1986; Ed. Cátedra, 1999 y Círculo de Lectores, 2003, ilustrada por Miquel Barceló. La que yo leí completa en su día, y con la que me inicié, es la de Plaza & Janés, que probablemente no sea la mejor, pero es la que más me gusta. No obstante, el aparato de notas que tiene la publicación es tan escaso, que me he tenido que ir haciendo con ediciones anotadas y comentadas con la extensión y el detenimiento que exige una obra de ese calado.
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Como digo, este Arts Libris 2024 se ha articulado exactamente como la Divina Comedia, en tres ámbitos perfectamente diferenciados a los que se accedía en este orden: Paraíso, Purgatorio e Infierno. El recorrido que establece Dante es justo el contrario: se accede por el Infierno, poso de todas las infamias. El tránsito por ese lugar deplorable es de bajada y siempre a peor. A medida que uno se interna en ese antro va encontrando pecadores cada vez más nauseabundos. Al final del socavón está el mismísimo Satanás, ángel caído y vaso de todas las abominaciones. Una vez superado esa lúgubre mazmorra, se inicia el progresivo ascenso, que a través del Purgatorio y de sucesivas capas de cielos cada vez más límpidos culmina en el Empíreo, décimo cielo del Paraíso desde el que Dante ve, en toda su magnificencia lumínica, al Dios que es uno y trino. Casi nada.
Dante nos lleva desde las tinieblas a la luz. Nos conduce de peor a mejor. En Arts Libris lo han dispuesto al contrario. A la feria se accedía desde la calle de los Ángeles. Nada más franquear la puerta y superar el mostrador de recepción, quedaba uno bañado por la luz gozosa del Paraíso. Sin más preámbulos. La muy noble planta de la iglesia del convento de los Ángeles albergaba, además de los estands de los editores más esclarecidos, los nueve cielos del Paraíso, el prístino Empíreo, toda la panoplia de bienaventurados, de santos fijos y suplentes e incluso las legiones de ángeles al completo, cuyo número, a tenor de lo que indica Dante en el Canto XXVIII de Paraíso, asciende a 18.446.744.073.709.551.615 entes angélicos.
Aquello estaba atestado de divinidad, y sin embargo era amenísimo, translúcido y ligero. Por cierto que las cornisas, las nervaduras de piedra y todas las líneas de fuga del templo coincidían, como en un fresco de Masaccio, en un punto preciso: el estand de Actes Sud.
A continuación, el visitante de Arts Libris tenía que pasar forzosamente a un segundo espacio bien distinto del anterior y que se corresponde con el Purgatorio que describe Dante. La luz pura del Paraíso se colaba hasta ese Purgatorio por la puerta de acceso. La claridad celestial que llegaba era preciosa, pero no dejaba de ser luz como de un día de segunda mano, por decirlo con el título del viejo LP de Magazine Secondhand daylight. Nuestro estand estaba en este ámbito. Nosotros teníamos una iluminación aceptable, pero había estands que andaban algo justos y alguno que estaba por debajo de los mínimos. Nada que objetar: las cosas son así. Y está bien que así sean, porque esto es el Purgatorio y aquí, como su nombre indica, se viene a purgar, a depurar el alma de todo tipo de inmundicias y dejarla como una patena. Solo limpia por completo podrá fundirse nuevamente en Dios, del que una vez se desgajó.
El Paraíso y el Infierno son emplazamientos definitivos, pero el Purgatorio dantesco es un lugar de tránsito. Es lo bueno que tiene. Me temo que también eso ocurre en Arts Libris. A este respecto, yo diría que podría darse el caso que en futuras ediciones de Arts Libris —si es que se afinca definitivamente en el Convent dels Àngels—, alguno de los sellos editoriales que han estado en el Purgatorio pasen al Infierno y viceversa, o que alguno de los que ha estado en el Paraíso pase al Purgatorio. Lo que ya me parece más difícil es que haya tránsito directo entre el Paraíso y el Infierno sin recalar previamente en el Purgatorio. Como he indicado más atrás, en Santa Mónica las demarcaciones no eran tan rígidas, uno podía estar en la rosa candente del centro o en el frío cinturón de asteroides, pero todos habitábamos una sola galaxia.
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“Abandonad, los que aquí entráis, toda esperanza”. Según Dante especifica en el Canto II de Infierno, esas eran las palabras grabadas en el dintel del portón de entrada al recinto infernal. Como vemos, la costumbre de rotular los accesos a ciertos ámbitos vinculados al horror viene de lejos. La famosa locución “Arbeit mach frei” que los nazis colocaron a la entrada de Auschwitz tenía precedentes, no era ni siquiera una invención de tercer grado, sino una ocurrencia vil ya muy manoseada.
Es para mí evidente, por cuanto vengo diciendo, que este tercer y último ámbito, al que el visitante de Arts Libris llegaba tras haber pasado por el Paraíso y el Purgatorio, se corresponde punto por punto con el Infierno que describe Dante, pero no porque estuviese lleno de traidores, suicidas, adúlteros, sodomitas, herejes, pérfidos, soberbios y tunantes de toda laña (aunque probablemente alguno habría), sino por el vasto espectáculo de una sobrecogedora extensión de estands, mesas y puestitos de venta dispuestos en hileras que se adentraban en aquel solar atestado de gentío humano.
El infierno dantesco es, sobre todo, populoso, está densamente habitado y se caracteriza por ser una sucesión de ámbitos en penumbra. Del Infierno de Arts Libris cabe decir que iba bien justito de luces. Durante el día no había problema porque la claridad que entraba por los ventanales bastaba para iluminar aquello. Pero a medida que atardecía, la cosa iba quedando a expensas de un plantel de focos situados a diez o doce metros de altura.
Que la cosa iba justita de luces es evidente. Pero no hay objeción alguna que oponer, porque el infierno es justamente eso: penumbra y gentío que chapoteó en el pecado y lo pagará eternamente. He de señalar aquí que Dante, muy juiciosamente, coloca en el segundo círculo de su Infierno a los lujuriosos, los adúlteros y demás peña cuyos pecados en vida fueron de orden carnal. En este segundo círculo están la “lúbrica Cleopatra”, Helena de Troya, Semíramis de Asiria y todo un elenco de varones salidos. Los favores de unas y de otros rebasaron de largo el ámbito marital y salpicaron a terceros, cuartos e incluso quintos en discordia, provocando guerras y tumultos que casi acaban con el mundo.
Dante sitúa también en este segundo círculo a Francesca y Paolo, a quienes el marido de la primera sorprendió muy acaramelados y leyendo un libro subido de tono. Los atravesó a los tres de la misma estocada. Y digo los tres porque el libro quedó entre ambos y también lo atravesó la espada. No puedo dejar de mencionar, puesto que hablo de Arts Libris, que ese ejemplar atravesado por el acero es de suyo un ejemplo seminal de libro intervenido, manipulado o mutilado por motivos espurios y de índole estética, técnica muy socorrida en el ámbito de la publicación de artista.
Todo Arts Libris estaba visiblemente lleno de mujeres bonitas, pero muy especialmente, y como era de esperar, el Infierno. Aquello estaba infestado de beldades de muchas etnias y todas las tallas.
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Sin salir del Infierno de Dante, me quiero referir de pasada a cómo lo ilustra Barceló en la edición que Círculo de Lectores publicó en su día y que, como he indicado más atrás, tengo en mi biblioteca. Ni por asomo pretendo hacer una enmienda a la totalidad o enmendarle la plana al portento de Felanitx. Dios me libre. Lo que sí haré es una objeción puntual a una de sus ilustraciones. La página 15 de Infierno muestra una imagen en la que aparecen Dante y Virgilio caminando juntos hacia la entrada del antro infernal. Barceló les ha puesto sombra a los dos. Ese es su error. Dante es un cuerpo sólido que sí proyecta sombra, pero Virgilio es un espectro, un alma incorpórea que deja pasar la luz y no proyecta sombra alguna. En el Canto III de Purgatorio Dante menciona esos extremos. Dice allí que los moradores del Purgatorio, que eran todos almas translucidas, se sorprendieron al ver que el acompañante de Virgilio proyectaba una sombra en el suelo. Al ver su sorpresa, el mismo Dante los saca de dudas: “Sin que me preguntéis nada os confieso que éste que veis aquí es un cuerpo humano. Así hendida la luz está en el suelo”.
Con otro enfoque, el asunto de la diferencia de densidad entre el cuerpo carnal y el espectral ya había sido objeto de atención por parte de Virgilio. Hablo del Virgilio real, del poeta, no del difunto que se presta como cicerone que guía a Dante en su viaje al inframundo. En el Canto VI de Eneida, Virgilio cuenta que se disponía a embarcar en el esquife de Caronte, que vio subir antes muchos espectros sin que el bote se moviese, pero que al entrar él, la nave osciló y “bajo su peso, gimieron las costuras de la barca y por sus intersticios entró agua cenagosa”.
Pues eso: que una de las dos figuras de la ilustración de Barceló no ha de proyectar sombra. Tenía que decirlo.
Por lo demás, este Arts libris tenía para nosotros un sesgo previsible que no hemos sido capaces de eludir. Desde hace tiempo, nuestra curva de ventas venía describiendo una ligera declinación a la baja. La gráfica prevista para este año indicaba una pérdida escasa pero evidente. Y así ha ocurrido. En los buenos tiempos habíamos llegado a vender hasta veintidós ejemplares de nuestra colección Libros De La Micronesia. Este año han sido nueve.
Lo vamos a dejar aquí, aunque por supuesto habría mucho más que decir de Arts Libris y su evolución. De hecho, nosotros ya hemos dedicado al asunto un par de entradas de este blog: La Arcadia urbanizada y ruidosa, partes I y II. Pongo debajo los enlaces por si alguien está interesado-a.
LA ARCADIA URBANIZADA Y RUIDOSA (I)
LA ARCADIA URBANIZADA Y RUIDOSA (II)