Un proyecto editorial peculiar, de escasa envergadura y de planteamientos no estrictamente comerciales también puede tener sus best-sellers. Aunque el alcance del fenómeno y su carácter genuinamente fortuito son diametralmente opuestos a los de la edición convencional, es obvio que se trata de asuntos de naturaleza similar pero de magnitudes bien distintas. En vías de celebrar el treceavo aniversario de la publicación del tercer número de Libros De La Micronesia -nuestro primer best-seller-, traemos aquí la crónica nostálgica de las circunstancias en que aquella humilde edición vio la luz.
Poco importa ahora si fue el mero azar o el feliz escrutinio del tiempo y de la oportunidad lo que nos hizo publicar, con un año exacto de diferencia (1997-8), los dos primeros números de Libros De La Micronesia en el mismo mes, marzo. Antes que cualquier otro de sus pormenores, lo que tuvimos claro es que nos someteríamos gustosamente a los apremios de la periodicidad estricta y que el tercer número de la colección debía aparecer en marzo de 1999.
Con bastante antelación, en la primavera de 1998, comenzamos a trabajar sin trabajar en la publicación tal y como era nuestra costumbre por entonces: no haciendo absolutamente nada salvo estar despiertos; en un momento u otro, la partícula cargada con ese algo preciso que buscamos sin buscar rozará nuestros sensores. En ese instante comienza la elaboración del concepto, que puede madurar y cuajar de manera fulminante o alargarse en el tiempo, a veces durante meses. Eso fue, de hecho, lo que ocurrió: la resolución y pulido de la publicación se retrasó hasta que tuvimos el texto, ya que muchas de sus claves formales y de concepto emanan de ahí.
La primera versión de El oso de arenisca y la fuente tiquismiquis, texto central de la publicación, brotó en agosto de ese año y se acabó de perfilar en octubre, mes clave en que todo se despejó y vimos claro qué llevávamos entre manos. Fue entonces cuando un hecho fortuito, al que a toda costa quisimos dar cobijo en la publicación, nos obligó a improvisar sobre la marcha y a redefinir la imagen y algunos otros detalles del diseño cuando ya estaban decididos. En octubre de 1998 fallecía Ted Hughes, poeta laureado, gloria nacional inglesa y autor que nos gustaba y nos gusta mucho. Quisimos homenajearlo sin comprometer en lo esencial lo que previamente queríamos contar. De esa graciosa dislocación final por querer estar en misa y repicando salió la publicación tal cual.
Como anécdota principal de las que tuvimos durante la fase de producción, merece especial mención un problema que se nos presentó a última hora, cuando nos disponíamos a montar los componentes y encajar. Hacía ya un par de meses largos que se había troquelado la pieza de cartón donde iba insertada la entrañable galleta que hace de nudo gordiano de la publicación. Cuando íbamos a colocarlas, vimos que eran demasiado largas y no entraban en la mordida del troquel. Tras varios días de cotejos, mediciones y darle vueltas al asunto compramos el paquete de galletas que nos sacó de dudas. Las medidas que le habíamos pasado al troquelador eran buenas; lo que había ocurrido era natural pero difícil de prever: una vez fuera del envasado de origen, la humedad ambiente hizo que las galletas fuesen ganando longitud hasta alcanzar milímetro y medio más. El problema era inevitable, y encargar un nuevo troquel no se avenía con nuestra filosofía basada en la improvisación. Para que cupiesen, hubo que limar muy delicadamente los extremos de cada una de las ciento y pico galletas que se utilizaron.
El resto es historia. La publicación apareció puntualmente en marzo de 1999 y nos situó en el renovado y convulso mapa de la edición marginal de la época en Barcelona capital. Durante una época se nos conoció con el sobrenombre de «los de la galleta». Con el tiempo las aguas volvieron a su cauce y nosotros volvimos a ser los que ya éramos y acaso siempre seremos: «los de la muela».
En su día corrió por ahí que esa vistosa edición nos hizo ligar con mujeres no menos vistosas, maravillosas, altas y todas misteriosas. En rigor no es del todo cierto, pero desmentirlo por completo bajaría sin duda el caché de la publicación y pondría en entredicho la capacidad de seducción del tercer número de Libros De La Micronesia, nuestro primer best-seller.
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